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Actitud Olímpica para la vida cotidiana


En 1968, no tenía la edad suficiente para apreciar la magnitud, dimensión y trascendencia de la edición XIX de las Olimpiadas que se realizaron en este país, aun cuando la Alberca y el Gimnasio Olímpicos habían sido instalados a un par de cuadras de la casa.   Debieron pasar varios años para que pudiera seguir y apreciar las odiseas, hazañas y proezas que consiguen atletas de todo el mundo, en más de 120 deportes y disciplinas, en las emisiones que organiza el Comité Olímpico Internacional.

Como instructor y auxiliar de entrenador de un equipo de natación, he visto llegar a personas con altos niveles de miedo para entrar a la alberca, ya no digamos para meter la cara al agua o para desplazarse en la parte donde ya no pisan el suelo: un entorno desconocido normalmente provoca ansiedad. No obstante, dosis iniciales de empatía, algunos datos y explicaciones breves, horas y días de práctica, ayudan a generar confianza para coordinar y adquirir los movimientos básicos, asimilar paulatinamente la técnica e ir ganando fluidez y habilidad.

En un inicio, casi nadie llega pensando en ser gran deportista ni participar en importantes competencias: se acercan a la alberca para saber de qué se trata, abatir el temor, desplazarse sin grandes esfuerzos (y sin tanta involuntaria ingesta de agua) y con eso es suficiente. Si deciden continuar, después de cierto tiempo, dejarán de ser aprendices y se volverán practicantes: podrán distinguir entre un bueno, regular o poco eficiente desempeño en un día de entrenamiento.

Existe un pequeño grupo que, desde su primera clase, externa el firme propósito de emular a Felipe Muñoz, Tere Ramírez, Mark Spitz, Kornelia Ender, Michael Phelps o Katie Ledecky: ya conocen sus orígenes, las competencias donde han ganado, sus tiempos o registros realizados y hasta la marca de los equipos y accesorios que utilizan al nadar; antes había póster colocado en la pared de la recámara, ahora son seguidores en Instagram. Con su mejor ánimo, se inscriben, asisten a clase, aprenden y dominan los cuatro estilos, participan en varias competencias, inclusive a niveles regionales y nacionales y obtienen buenas marcas hasta que alcanzan un punto de inflexión.

Quienes exclaman “hasta aquí” en este punto, se unirá al de aquellos aprendices que ganaron destreza y velocidad, gusto y afición al deporte (convirtiéndose también en competidores recurrentes) y seguirán participando en eventos y competencias locales y regionales, así como en una gama amplia de contiendas auspiciadas por grupos y asociaciones deportivas.    A veces acompañados por auxiliares y entrenadores que les asesoran y entrenan; en otras, llevados más por su iniciativa y entusiasmo, podrían mantener esta dinámica deportiva a lo largo de toda su vida: he conocido y seguido la trayectoria de varias personas que empezaron a nadar a mediados del siglo pasado y dejaron de hacerlo días antes de fallecer, ya entrada la segunda década de este siglo.

El número reducido de competidores que, en el mismo punto de inflexión, eligen seguir avanzando, encaminará sus pasos en busca de entrenadores más especializados, instalaciones con más y mejores equipos y aditamentos, con planes de trabajo más estructurados para impulsarles hacia niveles de alto rendimiento: si la condición genética combina con la estrategia del entrenamiento y se adereza con empeño, dedicación, sacrificio, esfuerzo, privación de una y cien distracciones, disciplina y persistente constancia, andando el tiempo podríamos encontrar sus nombres en las pruebas eliminatorias, semifinales y finales de juegos nacionales, centroamericanos, panamericanos, campeonatos mundiales y hasta en Olimpiadas.   

En la cotidianidad, tanto en el entorno familiar, como en el social y laboral, el proceso de identificación, comprensión y aplicación eficaz obedece a la misma dinámica: somos encauzados (o forzados) a ingresar en un nuevo ambiente y los temores propios del desconocimiento nos hacen pasar por momentos incómodos (donde tragamos saliva o imploramos “¡trágame tierra!”); pero, si los primeros pasos (actividades rompehielos o procesos de inducción) son adecuados, nuestra adaptación será más sencilla y tal vez empecemos a tomarle gusto a lo novedoso.   De cualquier otra forma, podría ocuparse el infausto argumento: “no es lo que yo esperaba” y abortar la misión.

Elegir continuar, o ingresar por iniciativa a una encomienda, implica aprender (u ocupar) aquellos sustentos teóricos, datos e información referente, métodos y técnicas confiables para aprender a desplazarse entre operaciones, procedimientos y procesos de trabajo que requerirán dedicación, consistencia, puntualidad y efectividad para evidenciar que se alcanzaron los objetivos planeados y se obtuvieron los resultados esperados; cada puesto de trabajo semeja un ámbito de competencia: local u operativa, regional o táctica, nacional o directiva, mundial o estratégica y el cumplimiento con las exigencias de cada reto abrirá la posibilidad para competir en el siguiente nivel.     

Así como las pruebas se ganan nadando, los resultados se obtienen haciendo, ejecutando, no gritando desde la tribuna. Como los buenos nadadores, interpreten cada día de trabajo, cada actividad en familia, cada situación social, como un momento para hacer patente el aprendizaje y entrenamiento adquiridos. Si aún más, elige el camino hacia la Olimpiada, multiplique retos, faenas, embates y adversidades, pero también eleve la sensación de logro a niveles exponenciales. Habrá que aprender, entender, asimilar, disciplinarse más, demostrar y acreditar más veces, de más formas, ante más personas lo que sabe, puede, hace y consigue, sin trucos, sin trampas y sin drogas. Entonces, percibirá más exposición, promoción, impulso y reconocimiento a su desempeño y gestión de resultados; aun cuando no siempre gane, los involucrados sabrán y verán que sabe nadar, que se sigue fortaleciendo y que todavía da para más y eso -a final de cuentas- podría motivar a otros para seguir sus pasos. De aquí a las siguientes Olimpiadas, requerimos más y mejores competidores, en todos los entornos y actividades. Vayamos formándolos. ¡Seguro que vale la pena!


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