Por Daniel Aceves Rodríguez
En un mes de diciembre siendo alumno de secundaria, llegó a mis manos un libro escrito en el siglo XIX con un título muy adecuado a la época, “Navidad en las Montañas” del autor Ignacio Manuel Altamirano, un liberal juarista dueño de una prosa narrativa que envuelve al lector con su paisajismo descriptivo que lo hace sentir como si estuviese inmerso en uno de tantos lugares serranos de nuestra patria aspirando el olor a pino, el ruido del mecer de las ramas de los robles y el frío delicioso de un amanecer abigarrado de neblina y la humedad del rocío que poco a poco va inundando nuestro cuerpo.
Si; esta magnífica obra del célebre escritor mexicano, nos brinda un legado del significado de la navidad y en solo tres días que son los que en su novela sucede toda la trama, esboza un trozo de nuestras tradiciones, costumbres y de paso nos deja una nostalgia melancólica de la bondad, la tranquilidad y la paz que puede respirarse en un paraje alejado de un mundo rutilante que entre ruido, luces, colores y prisas no permiten que podamos conversar con nosotros mismos o conocer realmente nuestro sentir interno que tanto se menciona en los discursos o en los deseos de esta temporada.
Ahí en lo áspero de la montaña un militar busca el camino para llegar a un pueblo cercano para pasar la noche, en el camino se encuentra al cura del lugar que lo acompaña en una amena plática que deja notar todas las riquezas y valores que residen en los más apartados rincones de nuestro país, ahí en ese pueblito cuidada con mucho esmero está la pequeña iglesia donde ese día 24 de diciembre oficiará la misa de gallo para celebrar la llegada de la navidad al cual el militar ya ha sido invitado por su nuevo compañero de viaje; su llegada al pueblo le sorprende por la sencillez y hospitalidad mostrada por sus moradores que prestos le ofrecen alojamiento y con el mayor gusto el celebrar en familia la cena de nochebuena.
El efecto que todo este entorno va a provocar en el sentir del militar es por demás entendible, cómo de un vacuo sentimiento; emergen en él los más recónditos ayeres y la nostalgia de saber que desde allá arriba el corazón está (metafóricamente hablando más cerca del creador) que nos hace reflexionar en el tiempo perdido ganado por la soberbia o la envidia, lejos del ejemplo legado por ese niño que siendo Rey quiso nacer en un pesebre demostrándonos que la sabiduría no está reñida con la sencillez ni con el amor al prójimo.
Tres días fueron suficientes para que ese personaje regresara a su regimiento, la obra no explica como fue el regreso, sin embargo por todo lo descrito en ella, el corazón del militar queda de la misma forma como puede quedar la de un lector que se embelesa con los bellos paisajes y la paz que impregnan las líneas de la soledad y el encuentro consigo mismo.
La obra de Ignacio Manuel Altamirano es uno más de los muchos aspectos con el que el mexicano le da a la navidad un sentido humano y trascendente impregnado de un sincretismo cultural muy propio de nuestras raíces indígenas e hispánicas.
Rica en detalles propios la navidad en México es una amalgama de innumerables costumbres y tradiciones que la hacen digna de reconocimiento a nivel mundial, empezando por las posadas que si se analiza a profundidad es una representación didáctica del peregrinaje de María y José de Nazaret a Belén aderezada con elementos propios de nuestra idiosincrasia mezclados con los conceptos bíblicos más importantes; como lo es entre otras un canto para pedir posada que podría ser análogamente un salmo con versos de la narrativa popular, una piñata que es toda una pedagogía del encuentro del ser humano contra los pecados capitales, demostrando que en la vida se requiere del concurso de nuestro prójimo para que nos aliente, pero que no se podrá lograr si no contamos con la fe y la voluntad para enfrentarnos a nosotros mismos.
Que decir de las pastorelas otro producto muy propio del corazón de nuestro pueblo, que transformando los autos sacramentales que los franciscanos realizaban en la evangelización se convirtió en toda una expresión popular de la lucha metafísica del Bien contra el Mal donde de nueva cuenta los pecados capitales son impulsados por unos demonios que azuzan a unos pastores muy a lo mexicano con un lenguaje pícaro y ramplón donde al final el Bien vence al Mal quedando de manifiesto el significado del nacimiento de Dios.
Y si de nacimientos se trata, México es reconocido mundialmente por su producción tan rica e ingeniosa de los mismos, donde entre nopales, magueyes, gallinas, papel roca y heno se simboliza muy a nuestro estilo y sello este acontecimiento que generó un parteaguas en la Historia de la humanidad.
Orgullosos de nuestras raíces vivamos de la mejor manera estas fechas que nos llaman a la reconversión, a la buena voluntad con el prójimo, a la convivencia familiar y al perdón buscando que ese Niño Dios vuelva a nacer en el corazón de cada uno de nosotros, así como en esa bella obra que hizo emerger del corazón duro la dulzura de una niñez ya casi olvidada.
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