El despertar de la juventud mexicana
- Carlos Villareal
- 7 nov
- 2 Min. de lectura

Por Carlos Villarreal
En los últimos días he estado reflexionando mucho sobre nuestra juventud. No como un concepto abstracto o una etiqueta generacional, sino como nosotros: los que estamos estudiando, trabajando, equivocándonos, intentando entender el país en el que nacimos. Y lo he pensado porque México vuelve a atravesar momentos muy difíciles.
Hace poco, la noticia del asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, corrió por todos lados. Surgieron opiniones, debates y conclusiones rápidas. La conversación se encendió. Y en medio de todo eso, algo me llamó la atención:
Todos decimos que México nos duele, y es verdad. Pero no siempre sabemos cómo cuidarlo. No siempre sabemos qué hacer con ese dolor.
No lo menciono para señalar ni dividir. Lo digo porque yo mismo he sentido esa sensación: la de querer hacer algo, pero quedarte pensando por dónde empezar.
Mientras reflexionaba, llegué a algo más simple, pero más profundo: tal vez el punto de partida no sea tener grandes respuestas. Tal vez lo primero sea reconocer que formamos parte.
Durante mucho tiempo se nos enseñó a ver al país como algo que “otros” manejan. Que, si las cosas van mal, es culpa de alguien más. Y sí, hay responsabilidades que no son nuestras, pero también hay un espacio que sí nos corresponde, y no está en la crítica, sino en la construcción.
Construir no es callar ni aceptar lo que duele como si fuera normal. Tampoco es quedarnos viendo todo desde lejos. Construir es involucrarnos. Es hacernos responsables de entender mejor lo que pasa y de actuar desde donde estamos.
A veces construir empieza con sentarnos a conversar sin intentar ganar la conversación. Empieza cuando buscamos a alguien que sabe más, no para debatir, sino para aprender. Construir implica acompañarnos, compartir dudas, reconocer límites y seguir avanzando, aunque no haya aplausos ni resultados inmediatos.
Y eso, aunque suene sencillo, requiere más valentía que cualquier reacción.
A quienes han vivido más que nosotros, los necesitamos cerca. No como una autoridad intocable, sino como una referencia.
A quienes compartimos esta juventud, no nos pido que seamos héroes. Nos pido algo más real: que no dejemos que el cansancio se convierta en indiferencia; que el dolor se vuelva costumbre; que no nos acostumbremos a vivir en automático.
Si de verdad nos duele México, entonces cuidemos lo que sí está en nuestras manos: nuestras conversaciones, nuestras decisiones, nuestros espacios, la manera en que nos acercamos a los demás.
No vamos a transformar el país en un día. Pero podemos empezar a transformarnos nosotros, y eso ya cambia la forma en que todo se mueve.
Porque el despertar de la juventud mexicana no es un grito ni un momento histórico evidente. No es una marcha, ni una tendencia, ni una foto viral.
Es algo más lento. Más honesto. Más profundo.
Es ese instante en el que dejamos de decir “alguien debería hacer algo” y empezamos a preguntar “¿qué puedo aportar yo desde donde estoy?” No para hacerlo solos, sino para hacerlo juntos.
Y quizás, si algo nace de este artículo, que sea eso: la idea de que todavía podemos construir un país donde valga la pena quedarse, servir, vivir y crecer.
El resto se trabaja día con día. Sin prisa. Sin espectáculo. Con compromiso.










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